miércoles, 17 de diciembre de 2014

Un café en Praga

Se sentó en la terraza del concurrido café e hizo un gesto para que la camarera se acercara. La chica le hizo un gesto de entendimiento para que aguardara. Paseó la vista por la calle, sencillamente le encantaba sea ciudad, dentro de todas las ciudades en las que había estado, Praga tenía esa oscuridad que le recordaba a sus años dorados…  La chica se acercó finalmente y él posó sus ojos verdes en ella. Paseó su vista de arriba abajo, en estos años algo sí había mejorado, la ropa femenina, esa chica llevaba una minifalda que dejaba ver una parte de pierna que hubiera resultado escandalosa en otros tiempos. Finalmente se centró en sus ojos almendrados y ella inconscientemente bajó la mirada y se ruborizó.


-¿Qué quería el señor?- dijo ella servicialmente, haciendo como que omitía que estaba frente a un chico en apariencia mucho más joven que ella.

Él esbozó media sonrisa, en los tiempos que corrían tenía que esforzarse más para caminar entre los humanos, fingir mejor… Pero seguía causando una autoridad y atracción sobrenatural sobre la mayoría de ellos, y eso siempre le gustó.

-Un capuccino, con la leche bien caliente, por favor- dijo fingiendo ignorarla y volvió a mirar a la muchedumbre que caminaba por las calles.

La chica, descolocada, sin saber ella bien por qué, fue a por lo que le había pedido apresurada. La chica volvió y dejó su café delante de él y se marchó con una sonrisa, tras un breve “gracias” por su parte. Puso las manos alrededor de la taza, estaba muy caliente, lo que él quería. Luego olió el aroma que desprendía la taza. Interesante descubrimiento cuando conquistaron América, el olor del café y del chocolate lo reconfortaban de alguna manera. Lástima no poder saborearlo, seguro que le habrían gustado. Tampoco había gozado de los placeres del comer en su vida mortal lo suficiente como para añorarlo. En realidad con el paso de los años se había dado cuenta que recordaba casi todo, bueno, no exactamente… Recordaba si una comida le había gustado, pero no el sabor que tenía o cómo olía… Recordaba nombres de amantes y amados, pero no recordaba qué había sentido con el roce de su piel o de sus labios. Su vida mortal, ¿eh? Sería interesante volver a ella… ¡Demonios, no! De su vida mortal no echaba de menos ni comer, ¿en qué pensaba? Su vida mortal fue un infierno que no quería volver a revivir nunca.  Se levantó y dejó un billete en la mesa, luego echó a caminar a paso ligero.

Comenzó a caminar sin rumbo entre turistas y autóctonos de la zona. Siguió con su hilo de pensamientos. Su vida mortal fue un camino de desgracias y miserias… Y de su vida inmortal… Bueno había dedicado la mayor parte de su vida a corromper y pervertir a la humanidad, no había nada reseñable en ello. Bueno, sí,  lo único que consideraba reseñable de su vida inmortal era Lázaro. Hacía no mucho que lo había sentido cerca, ¿España? No, no, más cerca… Quizás Italia… Su chiquillo... Estaba bien, lo sabía y se sentía orgulloso por ello, incluso había salvado de esa “sangría” Tremere a la pequeña Antonia. Lo había hecho bien después de todo, tomó la decisión correcta. Y tan correcta, por lo que había sentido, estaba rodeado de mujeres. Después de todo se había soltado y quizás creado su propio harén. Sonrió ante la descabellada idea de que su chiquillo se hubiera pervertido él solo de ese modo.

Lázaro fue su único chiquillo, nunca había querido Abrazar y condenar a nadie a lo que él había sido condenado… Y tampoco sabía si sería un buen “padre”, volvió a sonreír. Fue inesperado encontrarse una criaturita como él, y más tras lo ocurrido a su padre…  Era un buen hombre y mejor administrando su fortuna y obteniendo beneficios de donde cualquier otro noble habría renunciado a nada más. Pero su padre era codicioso e inteligente, fue una gran pérdida para él, incluso había pensado Abrazarlo… Pero cuando volvió a ello, lo encontró casado, con dos niños y muerto. Pero ya vengó su muerte, ¡vaya si lo hizo! y masacró al hijo mayor que urdió todo medio engañado… Además, ese bastardo había estado en el monasterio donde estaba el menor, buscándolo, pues Lázaro era tan avispado como su padre y podría suponerle un problema cuando creciera. Negó con la cabeza, se estaba enfadando, tenía esos recuerdos muy nítidos, a pesar de haber ocurrido siglos atrás.

El pasado siempre sería el pasado, nada de lo que preocuparse ahora.