lunes, 5 de enero de 2015

La gota que colma el vaso


Sus ojos volvieron a la claridad que solo daba la razón. Ese brillo de inteligencia que los diferenciaba de los ojos de una bestia. Miró sus manos cubiertas de aquel líquido que le daba la vida y le robaba la humanidad. Comenzaba a volverse pringoso a medida que se coagulaba.

Sangre fresca...

Sus ojos fueron de inmediato al suelo y se horrorizó. ¿Él había hecho eso? Oh Dios, si casi había canibalizado a su presa esa noche. La carne alrededor del cuello yacía levantada y hecha picadillo, como si un animal la hubiera masticado. La sangre había dejado de fluir de la herida y comenzaba a formar un charco espeso bajo el cuerpo sin vida. 

Se odiaba. Cada vez odiaba más lo que era, en lo que se había convertido. Antes la razón contenía a la Bestia. Pero Ella le había obligado a acallar la razón. Sus palabras resonaban aún en su cabeza claras y melodiosas, como el agua más pura y cristalina que baja del arroyo de la montaña.

El camino de la Humanidad nos hace débiles, mon fils. 
No nos permite explorar el mundo desde el punto de vista correcto.
Ya no eres como ellos, nunca lo serás.
Alimenta a tu Bestia, desátala, y acalla a tu parte más humana.
Solo así hallarás el camino al conocimiento verdadero.

¿Conocimiento verdadero? ¿Era conocimiento el dolor, el terror y el asco que sentía por su alma inmortal? ¿O es que debía perderla junto con su razón? Su sire no le estaba iluminando, sino condenando. Ella podía ser su amor, toda su vida, pero aquello no estaba bien, estaba jodidamente lejos de andar bien.

Huye... Abandónala...

Sí, eso es lo que haría. Él no deseaba aquello. Mejor deambular con el corazón roto que dominado por la Bestia. Añoraba su vida mortal, amaba y odiaba a los humanos por ello. Disfrutaban de pequeñeces que él no volvería a tener. Debía reflexionar y aceptar otro tipo de conocimiento, abrazaría con mimo aquello que Ella le obligaba a olvidar. Quizás nunca más volvería a ser humano, pero tampoco dañaría a ninguno. No, no así. Miró una vez más sus manos, las limpió en sus vaqueros desgastados y huyó del lugar. 

Había oído a otros vástagos hablar de los verdaderos iluminados, aquel mito sobre los vampiros que Dios había perdonado de la maldición de Caín. Esa sería su nueva misión, los buscaría... Al fin y al cabo, la eternidad es mucho tiempo y toda leyenda tiene su base de verdad. Sus pasos se alejaron con pesadez del cadáver. Aquella gota había colmado el vaso y decidido su destino: una vida de penitencia.

La Golconda.