jueves, 19 de febrero de 2015

Que se jodan



Las gotas de lluvia convergían en el cristal, dibujando figuras que al instante desaparecían por acción de la gravedad. Estaban en plena época de lluvias, cosa que no ayudaba nada. El olor a humedad se mezclaba con la putrefacción. A pesar de estar encerrado en casa a cal y canto, sentía aquel hedor en el aire, como algo denso que se le colaba entre las rendijas de la casa y se le pegaba a los pulmones. Siguió el recorrido serpenteante de la última gota, antes de volver a mirar fuera. El cuerpo de la señora Norris yacía sobre su patio delantero. La humedad de los últimos días había hinchado y enmohecido la piel que, junto con la acción de las bacterias, hacía que esta se deshiciera sobre la hierba. Como una gelatina sanguinolenta que se deshacía con el agua y se desprendía poco a poco del resto de la carne. Los huesos de la mandíbula se comenzaban a entrever, perlados, como el armazón de lo que un día estuvo vivo.

La soledad le golpeó de nuevo, como un mazazo de realidad, devastando cualquier esperanza de hallar a alguien más en ese infierno silencioso. No tenía ni idea de qué coño había pasado, ni manera de saberlo. En apenas una semana la humanidad se había ido a la mierda. Vale que Tom no tenía mucho aprecio por la sociedad. Él, que siempre se había sentido desplazado y apartado. No encajaba. Como una sombra en un mundo lleno de colores. Nadie especial o excepcional. Aunque siempre se fijó como meta seguir una vida normal, pero... ¿qué era normal? 

Ten amigos. Estudia en una universidad prestigiosa. Cásate. Compra una casa. Ten hijos. Trabaja y trabaja hasta que tu edad no te lo permita. Ve crecer a tus hijos y alégrate de sus logros como si fueran tuyos... Él debía tener algo roto por dentro, algún factor en su ecuación que fallaba. Sus intentos de hacer amigos habían quedado en eso, intentos. No era gracioso, ni simpático, ni hablador, ni carismático. Sus notas nunca fueron excelentes, por lo que se conformó con una universidad mediocre. Y ahora... Ahora había vuelto a vivir con sus padres, el culmen de su vida cuando contaba el cuarto de siglo.

Aunque dada la situación... Decir que vivía con sus padres era mucho suponer. Habían ido a buscar a su hermana Katie al aeropuerto. Hacía una semana ya. Katie la perfecta, ella que era todo lo contrario a él.

Está muerta... Todos lo están...

Hacía un par de días que estaba seguro de ello. Más o menos el tiempo que la señora Norris llevaba descomponiéndose en su jardín delantero. Aun le parecía oír sus gritos lastimeros frente a la casa. Como arañaba la puerta desde fuera hasta que se quedó sin fuerzas. Luego se arrastró por el jardín hasta acabar en su posición actual. Las pústulas purulentas y la piel amarillenta ya las traía de seria cuando vino a pedir ayuda, las inclemencias de estos últimos días la habían dejado en su estado actual.

No sentía su muerte, como no sentía la muerte de sus padres o de su hermana. En realidad le importaba la humanidad un carajo. Que se jodieran. Que se jodieran sus padres, que nunca pensaron que llegaría a nada. Que se jodiera Katie, cuyos ojos brillaban con recochineo al hablarle de su último éxito. Que se jodiera la señora Norris, que pensaba que un bizcocho reseco y rancio era el mejor pago por cortarle el césped. Que se jodiera Beth, que le dijo que no quería nada serio para no tener una cita y se casó con Matt al año de acabar el instituto.

Que se jodan, que se jodan todos y cada uno de ellos.

Él era el que estaba vivo, no ellos. Tom lejos estaba de saber que su sistema inmune lo hacía especial para no haber sucumbido a aquel virus, pero él ya se sentía especial. Era ÉL quien seguía ahí, respirando. E iba siendo hora de salir. La lluvia había amainado y las nubes se dispersaban. Se encaminó hacia la puerta y acarició el pomo dudoso. Respiró profundamente, insuflando fuerza a sus pulmones y salió a aquel mundo, que ahora estaba a sus pies.