domingo, 20 de marzo de 2016

Mañana

Relato resultante del primer ejercicio del Taller literario umbriano. En él debíamos incluir en el mismo orden las palabras marcadas en el texto en negrita: Cartel, máscara, libro, pato, gravilla, tornillo, santuario.



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Masajeó sus sienes, tratando de aplacar la incipiente jaqueca que se cernía sobre él. Tenía que salir, despejarse y quizás fumar un cigarro. Eso siempre calmaba sus nervios, como cualquier droga para un adicto, la nicotina siempre le aplacaba. Se levantó del sillón ajado y apagó la tele, que no daba sino un comercial estúpido de altas horas de madrugada. Él ya sabía que un cuchillo milagroso no le iba a solucionar nada. Los problemas, por desgracia, no se solucionaban llenando nuestra vida de objetos inútiles.

Cogió su gabardina, tirada de cualquier forma al lado de la puerta. Siempre pensaba que algún día debería comprar un perchero, pero lo haría mañana. Para posponer las cosas mañana era su día favorito, algo tan cercano como para conformarse con la respuesta y tan lejano como para no llegar nunca. Se colocó el chaquetón sobre sus hombros, sin abrocharlo si quiera, buscó en los bolsillos y abrió la puerta. Revisó al tacto el llevar al menos las llaves de casa y el tabaco. Cosas indispensables, el resto era accesorio.

Fue saliendo del portal y tuvo que agachar la cabeza, para no golpeársela con el cartel. Estaba medio caído y algún día había sido un anuncio de algún tipo de bebida espirituosa. ¿Whisky? La chica ligera de ropa y con máscara veneciana de la publicidad sin duda había tenido días mejores, más lustrosos al menos. Ahora su figura estaba ennegrecida y algunos vándalos habían pensado que grafitearle unos cuernos de demonio era más favorecedor, junto con un tridente a juego.

Negó levemente y se encendió su ansiado cigarro, dando una profunda calada y sintiendo como el humo calentaba todo su cuerpo al pasar por la garganta. Joder, aquello era lo que necesitaba. Sentía remitir levemente el dolor de cabeza con el aire fresco proveniente de la noche. Ahora solo debía dar un paseo y que todo volviera a la calma. Por desgracia no había ningún libro o manual que te explicara cómo sobrellevar una vida de mierda sin querer volarte la tapa de los sesos a diario, quizás debiera escribirlo él. El mundo estaba lleno de pringados y desesperados deseosos de una solución, ¿no era para eso que la gente compraba libros de auto ayuda en masa? Parecía que si alguien te decía qué hacer todo era mucho más simple, nos costaba tomar el control de nuestra vida.

Siguió caminando, decidiendo qué dirección tomar, cuando un grupo de jóvenes ruidosos salió de un pub y le dio un empujón. Tuvo la suerte de no perder el equilibrio, pero perdió el cigarro con aquella maniobra. Gruñó con disgusto y se imaginó por unos segundos acabando con aquellos veinteañeros, con un arma. Un tiro al pato como los de los puestos de la feria, donde ellos tendrían una diana en la frente y él la escopeta desviada con balines. Se resignó y optó por encenderse otro cigarro, ya sabía dónde quería ir. Se podría decir que lo había sabido desde que decidió salir.

Tuvo que atravesar el parque, que a esas horas estaba oscuro y en silencio. La quietud solo era rota por sus pasos en la gravilla. Desde la muerte de Lucy y Sally intentaba mantenerse alejado de los parques o cualquier zona de ocio infantil, no se acercaba a nada que les recordara a ellas. Esta era una excepción, pues era tarde y no escucharía ningún chillido infantil. Pese a todo no pudo evitar recordar sus figuras, imaginarlas junto a los columpios riendo como hicieron antaño. La congoja atrapó su corazón al recordar el fantasma de su mujer y su hija hacía apenas dos años en aquel parque. Pero no se dejaría atrapar por el embrujo, aceleró el paso y se plantó frente al Derry’s.


Cierto era que el señor Derry estaba como una cabra, le faltaba un tornillo. A todo el mundo le parecía demasiado gritón, excéntrico y a veces irascible. Eran múltiples las veces que había visto cómo se liaba a golpes con un parroquiano por una inocente conversación deportiva. Pero venir aquí le mantenía a flote de alguna forma. Derry’s era su santuario, el lugar donde venir a tocar fondo y emborracharse hasta perder el sentido. Sabía que aquello no le hacía ningún bien, pero aquello no iba a ser para siempre. “Mañana lo dejo” pensó con media sonrisa, al tiempo que su mano acariciaba la puerta y la empujaba para dentro, embriagándose de los vapores, el calor y el alboroto del interior de la taberna.

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